sábado, 7 de junio de 2008

La espera.

La tarde que está por terminar,
parece la más íntima de las madres que oculta a su hijo
bajo un rebozo de timidez o una casa de descuido,
porqué no venir y gritarme con vientos de alas
tu fiel verdad que ya no sabes esconder,
porqué no venir y decirme o murmurarme a llanto de hormiga
que no quieres que mi boca circunde la tuya
o que estas harta de que te taladre el cuerpo con mis ojos,
o que sólo estás harta, pero harta.

La tarde que está por terminar
me hace creer en la espera,
en que llegarás con tus cabellos de Venus
y tus manos, esas las finas que parecen de infante bien amantado,
y me tomarás para llevarme a colores de virtuosa musicalidad,
y que me regresarás de nuevo los pies a mi pedazo de tierra;
en todo mejorado desde mis cabellos largos a mis besos húmedos.

La tarde que esta uno o dos pasos más triste que yo,
comienza a despedirse a golpes de calor en los ojos,
y no se quiere despedir si no es de ti,
y la espera se vuelve largamente eterna,
o sólo eterna cuando ya son las horas de un día que ya no sé qué día,
que ya no sé si vendrás por mis huesos,
o que es lo que harás cuando falte yo,
pues yo no puedo hacer nada
cuando no estás en mi mirada.


César Palomares