querida de mis pupilas,
ser un hombre angosto o tirado,
pero ser un hombre.
Viajar de aquí para tus dedos,
o a tus senos suaves de piel de infante,
llevarte allá de aquí por allí,
comunicarte al día lunes
o predicarte la mañana de cualquier año,
hacerte un croquis de la luna,
o mirarte a escondidas por la noche,
Prometo llegar y tumbarte con mi abrazo de aire,
llegar y vibrarte con un beso extraño,
de esos que se dan los extranjeros
cuando empieza la tormenta.
Acercarme sin rutinas de cobre u oro,
sencillas, dictadas de algún sitio de mi ego,
y compensar la madrugada perdida
entre un no me llores y un consuelo.
Te prometo, dulce caricia del fin del mundo,
que seremos los justos un día en otoño.
César Palomares