martes, 22 de mayo de 2007

Hazme de ti.

Hazme de ti
En noches estrelladas con cantos de tu boca,
De tu cuerpo, de tu lengua,
De tu pasión y tus sueños más profundos hazme,
Súrgeme de una mirada tuya
Une tus cabellos con tus labios,
Tal vez ahí me encuentres,
(como aquella noche en el río)
O búscame en tus ropas,
Sácame, agota la vista de tus ojos,
Si no me encuentras, créame,
Con tus manos nebulosas fórmame,
Hazme de tus huellas, de sombras matutinas,
De recuerdos olvidados, de palabras jamás pronunciadas,
Necesítame ahora que aún llueve y es estío,
Realízame, moldéame, deshazme y vuelve a intentarme,
Fúndeme con una parte de tu cuerpo que,
Sólo te quiero necesitar, vivir, amar.

Profecia.

Mañana llegará con el sol de cómplice,
Y traerá en las manos al universo,
Dueña será de tus ojos alegres,
Sentirás que la tristeza se desvanece,
Cuando ella cruce como viento,
Las ventanas de tus pupilas.
No es de fuego, tampoco de agua.
Ella mira al cielo sin buscar estrellas,
Anda sobre el aire desprendiendo sus necesidades,
Y ondea en el viento tu nombre,
Permanece atento al viento,
Esas palabras que buscas,
Esa voz que extrañas,
Esos labios rosados,
Estarán mañana,
Pero no olvides que llegó del viento,
Y el viento no permanece quieto.

Del infierno.

¿Qué es el infierno? preguntan todos,
Yo puedo asegurar que no es fuego,
Ni sueños donde mueres de risa,
Junto a miles de simples alegorías.

El infierno es la tristeza sobre la vida,
Una vida inútilmente vivida,
Entre paisajes con nubarrones grises,
Serpientes del cielo desdeñadas.

Y del infierno surge el deseo de vida,
Que anteriormente despreciabas,
Profiriéndole maldiciones en los vientos.

Ya sientes lo que es el infierno,
El libro de tus memorias ahogado,

Por el humo del fuego de tu sombra.

Llévame contigo.

Llévame contigo en tus memorias,
Quiero ser tu pensamiento,
Para lidiar con tus sombras,
Y disfrutarte en tu sueño.

O soy tu arete,
Y pendo tocando tu cuello,
Precioso y suave,
Mi dulce anzuelo.

Fuego de mi hoguera,
Incesante como siempre,
Te quiero sin coherencia,

Hasta la muerte.

Poetas.

Poetas, no escriban letra alguna,
Paren su canto reflejante de alabo y amorío,
Que pues no ven la transparencia de mi alma,
Quiero que vague por sus ideas y termine en sus letras.

Les digo que paren ahora el ritmo de su mano.
El mundo estuvo en silencio
¿Alguien dio cuenta de tal hecho?
Parecen más importantes los ojos de una amada,
Hasta los cantos al aire emergen sin censura.
Creo que estoy tan triste,
Que creo poetas,
Deberían abusar de mi tristeza.

Les invito, no usen subterfugios baratos,
No teman cruzar con su lecho a la verdad,
Ya no sean sofistas para los locos y enamorados y,
Entren, a éste, el último exilio.

viernes, 18 de mayo de 2007

Y...

Y tú serás la misma en el eterno retorno,
Y yo te amaré con la misma intensidad,
Y estuviste ayer y también hoy,
Y sé que estarás mañana, entonces yo te amaré y seré feliz,
Y estarán tus ojos cafés profundos y tu barbilla de montaña sagrada,
Y ahí estaré yo para amarte como nunca,
Y mirarás en cada lado mis ojos que tanto amas,
Y así me crearás cada parte mía.
Y serás a la luz de la luna y también en época de estío,
Y yo te amaré de nuevo,
Y serán tus cabellos de aire y también tus labios abrasados,
Y yo te amaré hasta que me pidas que me vaya,
Y tú serás mía y tu piel de la yema de mis dedos,
Y también tu aliento de mí respirar,

Y yo seguiré ahí para amarte sin descansar.

Comenzar de nuevo.

Si soy mujer cuando escondo mis miedos entre mis cabellos,
Si soy animal cuando miro a todos los lados con paranoia,
Si soy la nada cuando todos me abandonan o me olvidan,
Pienso en oscuro y también en mi boca,
Pienso pero no veo que exista,
Aligero mi memoria tirándole los recuerdos.
Pienso más en arte que en mi amada,
Pienso que soy la noche y no me falta nada,
Si soy de aire, me dejaré ir al último rincón de mi mano,
Si soy de carne y hueso, sangre y ojos, sé que viviré,
Si soy sólo yo, basta con comenzar de nuevo.

Cartas a Freud.

Durante la primavera de 1939, la situación político-social en Europa era delicada, los nazis estaban ya expandiendo su territorio; Austria fue una de estas naciones anexadas a la Alemania nazi.
Freud tuvo que huir de Austria debido a su condición judía, que por entonces la habitaba, ya que era profesor de la universidad de Viena. Llegó a Inglaterra con pocos recursos y un cáncer que le complicaba la situación. Un día mientras Freud realizaba una de sus caminatas, tuvo un ataque de tos, en cual lo llevó al suelo ante la mirada de una persona que se encontraba a veinte metros, éste corrió para auxiliarlo, lo levantó y sentó en una banca mojada que se encontraba cerca; gracias pero hubiera preferido que la tos pasará mientras estaba en el suelo ya que mi traje se ha mojado, el hombre no atendió a lo dicho ya que estaba intentando reconocer el rostro de aquella persona a quien había ayudado.
Freud le agradeció la ayuda, no sin antes preguntarle su nombre, a lo que respondió: Whilem, mi nombre es Whilem y usted es el profesor Freud, así es –dijo éste. Nuevamente gracias y me retiro ¿puedo acompañarlo? pregunto Whilem, podría ser que sufra otro de esos ataques y no haya alguien quien le ayude; no se preocupe mi estimado caballero –dijo Freud- me iré solo y puedo asegurarle que no pasará nada. Freud había caminado cinco minutos cuando dio cuenta de aquel señor quien lo había ayudado hace unos minutos, estaba tras de él, siguió caminando sin preocupación alguna, viró hacía ambos flancos y vio una pequeña casa que tenía la puerta abierta, entró, dijo un saludo a los que ahí se encontraban e inmediatamente les pidió su ayuda, les advirtió que era seguido por un señor de mala facha, y quería que le permitieran permanecer por algunos minutos.
Todos comenzaron a platicar con el doctor Freud sobre trivialidades, cosa a la que no estaba acostumbrado, pero tenía que corresponder a la ayuda prestada por los señores de esa casa. Cuando pasaron muchos minutos y hasta más de una hora, Freud decidió abandonar la charla y retirarse del lugar, agradeciendo la ayuda y la taza de té; salió tranquilo al ver que no estaba aquel hombre y se encamino rumbo a su hogar.

Aquel hombre que seguía a Freud no lo hacía con malicia; era un hombre culto, adinerado, que en el momento que salvó al doctor, él estaba esperando a una de sus amantes, cuando corrió en auxilio de aquella persona por entonces desconocida, no pensó que fuese tan notable sujeto.

Whilem tenía un sueño frecuente, en el cual era perseguido por un ropero viejo en una calle terrosa, éste ropero fue desechado cuando Whilem reveló dicho sueño durante su niñez. El sueño fue el motivo por el cual siguió a Freud, sabía bien quien era y también que le podía ayudar. Cuando éste lo vio entrar en aquella casa, supuso que era su hogar, no le fue extraño que un hombre con semejante talento viviera en un lugar así, pues conocía su estado económico, se echó a andar y cuando estuvo cerca, copió la dirección que se encontraba a la cabeza de la puerta, obtenida ya ésta, se fue del lugar.

Whilem tenía muchos recursos, era muy conocido en la región, tenía varios viñedos y producía el vino. Tenía tres hijos, dos hombre y una mujer: los dos varones eran unos despilfarradores y la hija tenía amoríos con un hombre casado; de alguna de estas dos situaciones no tenía conocimiento; siempre se preguntaba por qué la gente murmuraba cuando le veían por las calles, nunca supuso que se debía a los actos de sus hijos.

Whilem sabiendo sus alcances económicos no dudó en hacer tratos con el Doctor.
Escribió una carta en la cual disculpaba su comportamiento del pasado encuentro y también le expresaba su admiración y como tercer punto, le pedía ayuda a una situación que le incomodaba, era aquel sueño extraño con el ropero. Terminó la carta deseándole pronta recuperación y referente a los honorarios, que no se preocupara.

Pasó un par de semanas desde aquella carta, la desesperación se postró en su mirada, quien se preguntaba si la carta había llegado y si había llegado por qué no la contestó. Salía de su casona con la intención de ir en busca de Freud, pero al llegar a aquella calle donde creía que vivía, algo lo detenía, pudo haber sido el pensamiento de rechazo u otra cosa parecida y él no podría soportarlo, esto pasó muchas veces y cada una de éstas volvía. Cuando pasaron cuatro semanas desde aquella carta, recibió una, era la respuesta que decía:

“Mi estimado caballero Whilem, he leído muy atento su carta, y le puedo decir que es de mi interés su caso, necesito que me narre su sueño, lamento no poder atenderle personalmente, mis ocupaciones son varias y no quiero atenerlo a un horario que sé de antemano no podré cumplir, así que le pediré tengamos comunicación mediante cartas, espero que en la próxima me relate detalladamente el objeto de estudio. Le enviaré también la correspondiente cuenta de los honorarios. Cuídese y esperaré su pronta carta.

Fue muy reconfortante para él recibir una respuesta, aún más cuando era muy esperada, así que se dispuso a rememorar los más detalladamente su sueño que iba transcribiendo; recordó que en éste se encontraba jugando con dos amigos de la infancia, de pronto estaba solo en esa calle terrosa y la noche se había postrado en el tiempo, cuando giraba su mirada hacía atrás, se encontraba un ropero color café, que media derredor de dos metros, no era muy ancho, y cuando comenzaba a correr el ropero lo seguía muy de cerca, tenía la sensación de no correr mucho, por lo contrario, entre más intentaba correr más disminuía. Ahí terminaba el sueño y ahí terminó de describírselo al doctor Freud, escribió la despedida y sello el sobre. En otro sobre colocó cincuenta libras esterlinas y una nota que decía: “espero sea suficiente ya que si no es así, hágamelo saber”.

Envió ambos sobres con un mensajero a la dirección que tenía. Cuando el mensajero llegó, dejo los sobres en manos de una señora diciéndole la procedencia de tales y para quien eran, después de hacer eso dio media vuelta y se marcho, llegando a la casona dio cuenta de lo sucedido; Whilem estaba feliz al escuchar que la carta había sido entregada.

Las sucesivas respuestas del doctor Freud a otras cartas enviadas por el señor Whilem le parecieron extrañas, estaban llenas de muchas trivialidades, después de diez cartas no había obtenido un ápice de ayuda así que decidió que en la siguiente carta le pediría que concluyera su caso. Esto sucedió en diciembre de 1939, lo que no sabía el señor Whilem era que Freud había muerto dos meses atrás y las dos últimas cartas que éste le había mandado estaban fechadas una en octubre y otra en noviembre.

Fue enviada la carta a Freud pidiendo un pronto resultado al estudio del sueño de Whilem, mientras tanto, éste solía pasear por las calles, pensativo, confuso, pareciera que estaba perdiendo la fe en el doctor, casi llegando al punto de desconfiar en sus habilidades.
Whilem recibió un gran sobre el cual abrió y extrajo las páginas de un diario que estaba fechado el 23 de septiembre, el reporte decía: fallece el médico, filósofo y neurólogo Sigismund Schlomo Freud de una sobredosis de morfina, Whilem no podía creer la muerte del médico, pero aún más extraño le parecía la fecha de su muerte ya que había recibido cartas uno y dos meses después del fallecimiento del médico. Simplemente dejó a un lado el periódico y se retiro de su estudio.

Carta de un moribundo

Escribo esta carta a mis seres cercanos y amados, a mi familia y amigos.
La muerte no es el mejor recuerdo sobre una persona, es profunda, es dolorosa, pero también es un alivio saber que ha muerto alguien a quien amaste y sufría en vida, te dan ganas de empuñar un par de copas e ir corriendo y sacarle del ataúd, abrir un vino añejo, de preferencia tinto, brindar por horas rememorando los tiempos pueriles.
Eso sentía en cada muerte de mi círculo cercano, sólo que yo, yo no sé reír en situaciones parecidas, siento gusanos en el estómago, comiéndose mis entrañas, saliendo por mis ojos y dejándome con el dolor. Ningún funeral es agradable, te obligan a ver a personas a quien siempre odiaste, a tu proverbial tía, que hizo de ti, el paria de la familia.
La agonía se prolonga aún mas cuando vistes de negro, te sientes el muerto, sólo que tu caminas y vas regando los huesos a cada paso que das, y no encuentras adónde sentarte o algún rincón en el que puedas llorar sin ser visto. Te avergüenza llorar en público, pero deberías mostrarte ante todos, así de esa manera; la gente llorando es bien vista, creen que amaste al que yace en el ataúd, pero no es así para la mayoría, lloran porque te llevas algo más importante que una amistad o su corazón ya roto; lloran los desdichados, ya que no podrás ayudarlos en sus problemas, lloran por tus consejos valiosos que se han de ir con tu cuerpo.
Descubrir que nadie te amo antes de tu ocaso, debe ser una doble muerte. Quisieras emerger de tus restos, odiar a toda la muchedumbre y dar consejos llenos de odio infinito.
Y caminarás por todos lados, te toparás con gente peleando, arrancándose el corazón, desorbitándose los ojos unos a otros, a los niños llorando como perros maullando, y te sentarás en la piedra de la esquina, a reírte de tu obra draconiana, pero pronto la risa se fugara de tu rostro, ya que donde estas sentado se trata de la piedra donde jugabas en tu niñez, entonces recordarás que alguna vez fuiste feliz, que toda la gente te traía en sus ojos, te cargaban entre sus manos llenas de felicidad, celebrando tu virtuosa etapa infantil.
¿Quieres llorar por lo hecho? Todos los que cometen errores desean llorar, pero no pueden, ya que viven en grandes ciudades, donde los faros nocturnos no les impiden esconder ese dolor en la oscuridad, provocado por sus pensamientos egoístas. Entonces huyen al mar, se escabullen entre las olas y, mientras nadan, comienza su llanto, nadie se dará cuenta de que lloran, las lágrimas se revuelven entre el agua salada, pero al salir, tus ojos están hinchados, rojos, el rostro se torna pálido. Es difícil esconder un rostro que ha sollozado, pero ya no importan los tabúes, es preferible llorar como un niño, o como un perro.
El día que murió mi madre, fue sobre una noche invernal, ya lo percibía, el aire me susurraba al oído dos días antes. Quería prevenirme de la ausencia venidera, entonces decidí abrazarla, darle algunos besos pendientes. Cuando llegó el momento, no me sorprendí, la gente me reclamaba mi falta de corazón -así lo llamaron, me quemaban con los ojos; al darme el pésame, me saludaban con sus manos, yo sentía que sus dedos eran agujas con veneno, hormigueaban las mías a su contacto y, tan fuerte apretaban, que sentí mazos golpeándomelas. Pero no es un dolor que muera alguien a quien amaste, que hizo tu vida, y que practicarás sus enseñanzas en un mundo hostil, como ella solía llamarlo, ay, en ocasiones la tristeza me secuestra, y la recuerdo cuando no sé preparar una taza café, quisiera sacarla de ese cubo de tierra e invitarla a cocinar mi platillo favorito, sentarla a mi lado, platicarle mis problemas amorosos, recibir un sermón y que al final me regale un abrazo lleno de comprensión. Hasta nunca madre, pero si existe ese otro mundo en que tanto creías, espero verte ahí, pronto.
Y lentamente vas quedando sólo, las personas van desapareciendo, las personas a quien amaste. Antes caminabas por el parque y a tu paso encontrabas a los ancianos que daban comida a las palomas, siempre los observaste y algún día te atreviste a platicar con ellos, rieron juntos y hasta tañeron la lira, pero ahora, ya no sucede, el tiempo se come a la gente, los envuelve entre minutos y horas, los hace descansar por la eternidad o tal vez hasta el próximo retorno del todo.

De esta forma es como te divorcias más fácil de la gente, si odias a alguien, no se lo demuestres, espera a que muera para hacer una tregua, llevándole ramos de lirios o tulipanes, las que fueron sus favoritas.
Tal vez mueras tu primero, talvez no te gusten las flores, odiabas el olor de la naturaleza, preferías el olor comercial de una ciudad cosmopolita. Para eso sirven las epístolas, tus deseos quedarán por anticipado, talvez no quieras que esa tía con prejuicios medievales llegue vestida de negro a tu funeral, sentirás que descansa contigo, a tu lado, pero el ataúd es sólo para uno. Bienaventuradas las epístolas.

Finalmente, el aire me ha susurrado mi ocaso. Reconozco su retrazo, mi visión comenzaba a desaparecer, conversaba con gente que no existía, era sólo el recuerdo y unas cuantas fotografías postradas sobre las sillas. En eso he convertido mis recuerdos, en infinitas memorias de infinitas personas, en infinitos lugares de tiempos infinitos, quiero convertirme en algo infinito, que nunca muera en la memoria de mi perro. Ah, mi perro, aún no decido si llevarlo conmigo o dejarlo que cuide de nuestra casa, hasta que desaparezca también sobre el pórtico, en el cual descansaba su pequeño cuerpo negro o dejarle encargado con el vecino al que tanto odié y que muerda y coma sus flores que tanto ama. Creo que sólo lo llevaré conmigo, el nunca me ha abandonado, después de todo, lo extrañaría más que ha un amigo, esos oportunistas, esperando necesitar algo para pedirlo y cuando lo tienes no lo piden, te lo arrancan de los brazos, con el riesgo de llevarse también tus manos, pero ya no quiero hablar de esos humanos aparentes. Me despido del mundo y no tanto, ya no tengo un por qué para quedarme, ya todo lo hice, menos creer en Dios. Disculpen que me despida –creo que no debería ofrecer disculpas, ya que yo no querré disculpar sus faltas. Desde hace unos minutos alguien toca la puerta y, mi perro no ha salido a ahuyentar al visitante, algo extraño en sus predecibles hábitos. Me despido hasta que el círculo comience la siguiente vuelta, además, el visitante esta por tirar la puerta de mi hogar, adiós, hasta siempre.

Sal de tu ser.

Sal de tu ser
Mar infinito de infinitas visiones,
Acuesta sobre la montaña más alta de mi mano,
Tu esencia de calores matutinos.
Sal de ti,
Entra en la arrogancia de impertinentes aves nocturnas,
Gira y sigue girando en el vórtice callado
De semblantes rosas y azulados,
Sal otra vez de ti misma,
De tus pies que hacen huellas profundas,
De tu océano de niñerías,
Invita a tu alma a postrarse sobre tu alma,
Calla y escucha tu voz, sonido grabado de otros tiempos y,
Sal de ti para que puedas entrar en ti misma.