sábado, 7 de junio de 2008

La conspiración

La conspiración de mi beso,
no es una declaración de guerra con otros labios,
ni la unificación a una nación sentimental,
quiero quede claro que mi color rojizo no simboliza tu labial
o que te haya lastimado al morderte un labio,
es simplemente la extensión de mis mejillas sonrojadas
por algo que hicimos a pasión mía y que sobró la tuya.

Ésta que ya venía de viento atrás
llegó hoy, como si todo,
como si Dios viniera a tu suerte y te dijera el secreto
o si la vida tiene sentido,
o si él es en verdad Dios,
o sólo corazones rotos.

El fin es tenerte en mi vida,
pues es mejor si tus pies están con los míos,
o si estamos partiendo sandías.

Hoy, bajo la conspiración de besos de todas las naciones,
te digo que muero de ningún infarto
pero sí cuando no te veo y conspiras para mi vida.




César Palomares

Me gusta...

Me gusta la soledad pertinente,
me gustan los mares solares
que se dejan llevar por aleteos matutinos
de una estación donde se mezclen la lluvia y la sal.

Me gusta la profundidad de las sábanas que arropan a mis cabellos,
me gusta ser a las 11 o tal vez a deshoras de un día que prefiero sea de noche,
me gusta escribir mientras escucho el movimiento de mis ojos
me gusta esto, y lo otro, y lo que sigue de lo otro.

Soy animal nocturno que deambula por los parpados acuoso en sueños tristes
y me gusta morir a diario mientras pienso si resucitaré al tercer día
y cuando llega ese tercer día me levanto y prefiero hacerlo sin pies
descubrir que el viento me levanta a fuerza de palabras
y apoderarme del campal día que está por empezar
y terminarlo entre un bostezo y una lágrima fugitiva
que corre hasta mi labio en búsqueda de un nuevo hogar.

Me gusta la vida,
no la vida de una flor ni la vida de una cuadro que es estática
y a veces a capricho de temblores se mueve a su disposición.
Me gusta mi vida, esa que me deja hacer palabras y unirlas
recortarlas y romperlas.
Me gusta mi vida, la que es a veces negra y no me deja,
la que es negra de un color más profundo que el negro de los abismos
que después de varios ciclos encausa en un punto de la historia
para decirme o gritarme una oración divina que no necesito
que es inútil para sobrevivir en épocas místicas
pero que no deja de manotearte las mejillas hasta que te deja loco,
loco de atar a la cama, ó sólo loco de atar.

Me gusta mi vida,
pues mi vida es tan simple con una caricia de viento en el cabello
me tira a veces en colores rosas claros, o me vierte a la profundidad perpetua de un silbido que viaja de aquí para allá y de allá a mis oídos.
Mi vida es una tregua con la más sincera de las mentiras
es un sofista para los tiranos de la calle vecina,
es la parte del mundo que aun no ha sido descubierta
una soledad que brinda calidez solar pero no te quema
es una abrazo en un cine, en un parque, en una calle,
es un dar de comer a las aves que provienen de temporadas distintas a su migración
o de frutos que a destiempo crecen para decirme que ahí están
que debo comerlas hasta saciar mi estomago
o hasta que mi lengua esté harta cansada de sus sabores.

Mi vida es algo común con los trenes viejos viajeros
que llevan gente en su cabús,
que miran atravesar el desierto, con sus infinitas dunas
con sus infinitas tormentas que deprimen a la primavera misma
que terminar rompiéndose
pero que vuelven a nacer el próximo día.

No veo mi vida sin esperanzas de poca gracia
que dejen migajas o un camino de música
con el cual regresar al principio.
No,
esa no es mi vida
mi vida, es sólo eso
para alguien más la más insulsa de las tardes bajo un sol que arde y quema y si no te vas

en auxilio de las sombras te pervierte la faz y quema tu sonrisa
así de simple es mi vida.


César Palomares

La espera.

La tarde que está por terminar,
parece la más íntima de las madres que oculta a su hijo
bajo un rebozo de timidez o una casa de descuido,
porqué no venir y gritarme con vientos de alas
tu fiel verdad que ya no sabes esconder,
porqué no venir y decirme o murmurarme a llanto de hormiga
que no quieres que mi boca circunde la tuya
o que estas harta de que te taladre el cuerpo con mis ojos,
o que sólo estás harta, pero harta.

La tarde que está por terminar
me hace creer en la espera,
en que llegarás con tus cabellos de Venus
y tus manos, esas las finas que parecen de infante bien amantado,
y me tomarás para llevarme a colores de virtuosa musicalidad,
y que me regresarás de nuevo los pies a mi pedazo de tierra;
en todo mejorado desde mis cabellos largos a mis besos húmedos.

La tarde que esta uno o dos pasos más triste que yo,
comienza a despedirse a golpes de calor en los ojos,
y no se quiere despedir si no es de ti,
y la espera se vuelve largamente eterna,
o sólo eterna cuando ya son las horas de un día que ya no sé qué día,
que ya no sé si vendrás por mis huesos,
o que es lo que harás cuando falte yo,
pues yo no puedo hacer nada
cuando no estás en mi mirada.


César Palomares

Siempre te pierdo...

Siempre te pierdo pues estas conmigo,
no puedo contenerte el alma que palpita de tus ojos,
que viaja a perderse hasta el sentido,
o que cubre de espejos su presencia.

La última mirada que echa un moribundo
se parece a tu gesto cuando sientes mi presencia,
y no mejora con el pasó de la tristeza
pues prefieres vivir con ella de almohada
comer, beber y volver a comer,
vaciar de bla bla bla’s tu lengua
y reposarla en alcohol o algo en que purificarla.

La memoria de los minutos recapitula risas
y promesas y cantos de final,
y sólo los tuyos son los que sí,
los que no, los que a veces,
los que siempre, siempre,

siempre, recuerdo.

César Palomares