miércoles, 28 de mayo de 2008

La Arquitectura del hombre.

Los edificios de las grandes ciudades asemejan montañas intrínsecamente unidas,
una tras otra, y la tras otra sobre alguna, así como fichas de dominó,
se van conjugando para formar el gran juego,
se van alineando entre pequeñas sustancias llamadas hombres.

El Dios hombre que crea y deshace y vuelve a hacer,
quiere imitar la salvaje vida de los animales,
quiere hacer montañas de concreto y las hace bien,
y las hace agradables a la vista y son de oro

y emergen de la nada tanto como del ingenio.

Pero el hombre no es Dios al final del día,
es simplemente el contemplador de la vida verdadera
de los disfraces multicolores y las grandes edificaciones
que le resguardan de sueños que les sirven para integrarse a un medio,
a lo racional de las cosas, a lo vivo, lo que está pero no se quiere adaptar,
lo que sigue después de la semilla tradicional.

El hombre, debe converger con la naturaleza de la arquitectura,
ser él de ella y ella servirle a él, y ambos respetarse hasta el hartazgo,
fijarse un fin común de materiales antiguos para ser bien forjados
y postrados sobre las alas del cielo.

Las luces de la ciudad

deben ser un apoyo incondicional a cualquier estilo o corriente,
deben servir para alumbrar el día a lo nuevo,
a lo que aun no sabe a dónde va,
pero que está de pie pidiendo su oportunidad para hablar,
la arquitectura que cuelga de los ganchos de irremediable uso,
la que pretende ser utilizada y sin más, se deja toda ella a la vista,
en esencia de símbolos y mezclas que le ayuden

Mientras el hombre de vida, forma, amamante y cuide su obra,
ésta le servirá de puente para la perpetuidad, y nunca lo dejará tirado,
como dije, mientras el hombre sea generoso.

La capacidad que podemos advertirnos
puede quedar enterrada como las cimentaciones del universo
si no sabemos que lo que hacemos es una alegoría o un mito
que después de varios eternos retornos será divisado,
puesto a prueba y finalmente engullido por las lenguas del tiempo.

La carencia no debe trascender uno o dos o puede que diez días después de construir,
pues construir es la intimidad que se le puede tener al mundo,
sin miramientos despojados de toda estética,
sin pleonasmos de ingenio, no debe haber así pues,
duermevelas de inspiración o sueños para crear,
debe haber por siempre arquitectura del hombre.


César Palomares