viernes, 18 de mayo de 2007

Cartas a Freud.

Durante la primavera de 1939, la situación político-social en Europa era delicada, los nazis estaban ya expandiendo su territorio; Austria fue una de estas naciones anexadas a la Alemania nazi.
Freud tuvo que huir de Austria debido a su condición judía, que por entonces la habitaba, ya que era profesor de la universidad de Viena. Llegó a Inglaterra con pocos recursos y un cáncer que le complicaba la situación. Un día mientras Freud realizaba una de sus caminatas, tuvo un ataque de tos, en cual lo llevó al suelo ante la mirada de una persona que se encontraba a veinte metros, éste corrió para auxiliarlo, lo levantó y sentó en una banca mojada que se encontraba cerca; gracias pero hubiera preferido que la tos pasará mientras estaba en el suelo ya que mi traje se ha mojado, el hombre no atendió a lo dicho ya que estaba intentando reconocer el rostro de aquella persona a quien había ayudado.
Freud le agradeció la ayuda, no sin antes preguntarle su nombre, a lo que respondió: Whilem, mi nombre es Whilem y usted es el profesor Freud, así es –dijo éste. Nuevamente gracias y me retiro ¿puedo acompañarlo? pregunto Whilem, podría ser que sufra otro de esos ataques y no haya alguien quien le ayude; no se preocupe mi estimado caballero –dijo Freud- me iré solo y puedo asegurarle que no pasará nada. Freud había caminado cinco minutos cuando dio cuenta de aquel señor quien lo había ayudado hace unos minutos, estaba tras de él, siguió caminando sin preocupación alguna, viró hacía ambos flancos y vio una pequeña casa que tenía la puerta abierta, entró, dijo un saludo a los que ahí se encontraban e inmediatamente les pidió su ayuda, les advirtió que era seguido por un señor de mala facha, y quería que le permitieran permanecer por algunos minutos.
Todos comenzaron a platicar con el doctor Freud sobre trivialidades, cosa a la que no estaba acostumbrado, pero tenía que corresponder a la ayuda prestada por los señores de esa casa. Cuando pasaron muchos minutos y hasta más de una hora, Freud decidió abandonar la charla y retirarse del lugar, agradeciendo la ayuda y la taza de té; salió tranquilo al ver que no estaba aquel hombre y se encamino rumbo a su hogar.

Aquel hombre que seguía a Freud no lo hacía con malicia; era un hombre culto, adinerado, que en el momento que salvó al doctor, él estaba esperando a una de sus amantes, cuando corrió en auxilio de aquella persona por entonces desconocida, no pensó que fuese tan notable sujeto.

Whilem tenía un sueño frecuente, en el cual era perseguido por un ropero viejo en una calle terrosa, éste ropero fue desechado cuando Whilem reveló dicho sueño durante su niñez. El sueño fue el motivo por el cual siguió a Freud, sabía bien quien era y también que le podía ayudar. Cuando éste lo vio entrar en aquella casa, supuso que era su hogar, no le fue extraño que un hombre con semejante talento viviera en un lugar así, pues conocía su estado económico, se echó a andar y cuando estuvo cerca, copió la dirección que se encontraba a la cabeza de la puerta, obtenida ya ésta, se fue del lugar.

Whilem tenía muchos recursos, era muy conocido en la región, tenía varios viñedos y producía el vino. Tenía tres hijos, dos hombre y una mujer: los dos varones eran unos despilfarradores y la hija tenía amoríos con un hombre casado; de alguna de estas dos situaciones no tenía conocimiento; siempre se preguntaba por qué la gente murmuraba cuando le veían por las calles, nunca supuso que se debía a los actos de sus hijos.

Whilem sabiendo sus alcances económicos no dudó en hacer tratos con el Doctor.
Escribió una carta en la cual disculpaba su comportamiento del pasado encuentro y también le expresaba su admiración y como tercer punto, le pedía ayuda a una situación que le incomodaba, era aquel sueño extraño con el ropero. Terminó la carta deseándole pronta recuperación y referente a los honorarios, que no se preocupara.

Pasó un par de semanas desde aquella carta, la desesperación se postró en su mirada, quien se preguntaba si la carta había llegado y si había llegado por qué no la contestó. Salía de su casona con la intención de ir en busca de Freud, pero al llegar a aquella calle donde creía que vivía, algo lo detenía, pudo haber sido el pensamiento de rechazo u otra cosa parecida y él no podría soportarlo, esto pasó muchas veces y cada una de éstas volvía. Cuando pasaron cuatro semanas desde aquella carta, recibió una, era la respuesta que decía:

“Mi estimado caballero Whilem, he leído muy atento su carta, y le puedo decir que es de mi interés su caso, necesito que me narre su sueño, lamento no poder atenderle personalmente, mis ocupaciones son varias y no quiero atenerlo a un horario que sé de antemano no podré cumplir, así que le pediré tengamos comunicación mediante cartas, espero que en la próxima me relate detalladamente el objeto de estudio. Le enviaré también la correspondiente cuenta de los honorarios. Cuídese y esperaré su pronta carta.

Fue muy reconfortante para él recibir una respuesta, aún más cuando era muy esperada, así que se dispuso a rememorar los más detalladamente su sueño que iba transcribiendo; recordó que en éste se encontraba jugando con dos amigos de la infancia, de pronto estaba solo en esa calle terrosa y la noche se había postrado en el tiempo, cuando giraba su mirada hacía atrás, se encontraba un ropero color café, que media derredor de dos metros, no era muy ancho, y cuando comenzaba a correr el ropero lo seguía muy de cerca, tenía la sensación de no correr mucho, por lo contrario, entre más intentaba correr más disminuía. Ahí terminaba el sueño y ahí terminó de describírselo al doctor Freud, escribió la despedida y sello el sobre. En otro sobre colocó cincuenta libras esterlinas y una nota que decía: “espero sea suficiente ya que si no es así, hágamelo saber”.

Envió ambos sobres con un mensajero a la dirección que tenía. Cuando el mensajero llegó, dejo los sobres en manos de una señora diciéndole la procedencia de tales y para quien eran, después de hacer eso dio media vuelta y se marcho, llegando a la casona dio cuenta de lo sucedido; Whilem estaba feliz al escuchar que la carta había sido entregada.

Las sucesivas respuestas del doctor Freud a otras cartas enviadas por el señor Whilem le parecieron extrañas, estaban llenas de muchas trivialidades, después de diez cartas no había obtenido un ápice de ayuda así que decidió que en la siguiente carta le pediría que concluyera su caso. Esto sucedió en diciembre de 1939, lo que no sabía el señor Whilem era que Freud había muerto dos meses atrás y las dos últimas cartas que éste le había mandado estaban fechadas una en octubre y otra en noviembre.

Fue enviada la carta a Freud pidiendo un pronto resultado al estudio del sueño de Whilem, mientras tanto, éste solía pasear por las calles, pensativo, confuso, pareciera que estaba perdiendo la fe en el doctor, casi llegando al punto de desconfiar en sus habilidades.
Whilem recibió un gran sobre el cual abrió y extrajo las páginas de un diario que estaba fechado el 23 de septiembre, el reporte decía: fallece el médico, filósofo y neurólogo Sigismund Schlomo Freud de una sobredosis de morfina, Whilem no podía creer la muerte del médico, pero aún más extraño le parecía la fecha de su muerte ya que había recibido cartas uno y dos meses después del fallecimiento del médico. Simplemente dejó a un lado el periódico y se retiro de su estudio.